Cieza, según cuentan las crónicas locales, fue siempre un pueblo con vocación deportiva. Ciertamente, en los tiempos que uno recuerda, todo se reducía al juego del Fútbol, al menos desde una perspectiva de competiciones regladas o amparadas bajo la cobertura de una federación deportiva, al menos en los primeros años a partir de 1.950 que es cuanto llego a memorizar. Por entonces solo los jugadores de este deporte tenían alguna repercusión popular, y los casos de Morales, de Perona y más tarde de Luis y Pepe Belló, Rubio y alguno más, alcanzaron renombre merecido. Por el contrario quienes practicaban otras especialidades deportivas, sobre todo los que se llamaban deportes-sala como el Baloncesto o el Balonmano, muy poca resonancia tenían, entre otras cosas porque eran muy pocos los que practicaban. Fue, ya metidos los años cincuenta del siglo pasado, cuando Cieza presentaba un grupo más o menos numeroso de estudiantes universitarios, quienes despertaron en nuestra ciudad una afición a estos deportes que, por falta de instalaciones adecuadas, o de simple conocimiento, atravesaban un periodo de franca ausencia.

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